
El silencio del poder frente a un pueblo que grita
El 30 de agosto, en el marco del Día Internacional de las Víctimas de Desaparición Forzada, miles de personas se reunieron para exigir, levantar la voz y recordar a aquellos que el gobierno ha tratado de borrar. Es un día para la memoria, pero también de profunda indignación, pues en México el grito es más urgente que nunca. Las cifras oficiales son demoledoras: hay más de 133,000 personas desaparecidas, y eso sin contar con las "cifras negras", como señaló Arturo Carrasco, del colectivo Iglesias y Espiritualidades en Búsqueda.
Estos números no son solo estadísticas; son la prueba irrefutable de una herida que se agrava con cada día que pasa. Los datos oficiales señalan que en el año 2022, el país alcanzó los 100,000 desaparecidos, y en solo tres años esta cifra ha aumentado de forma desproporcionada. Este incremento no es un accidente. Es la evidencia más contundente de la falta de compromiso, de la ausencia de responsabilidad y de la impunidad que el país promueve desde las más altas esferas del poder.
Durante años, la impunidad ha sido la política no oficial del Estado. No solo demuestra la falta de capacidad e interés por parte del gobierno, sino que también pone al descubierto las precarias condiciones de vida y el desamparo al que se somete a todo un pueblo. Mientras el silencio se convierte en el arma más cercana a los políticos, el grito desesperado es el llamado urgente que nace de una necesidad colectiva.
México se ha convertido en un gran telón que desvía la atención de los problemas verdaderamente importantes. Mientras los focos se centran en el espectáculo de las peleas internas de los grupos de poder, miles de personas sufren en silencio una realidad totalmente distinta. Es una realidad que no se sigue de cerca, una que da miedo investigar y sobre la que se evita actuar.
Detrás de cada exigencia que nace desde las calles hay un plato vacío en una mesa incompleta y un corazón que jamás podrá reunirse con sus partes. Durante décadas, hemos sido parte de un sistema que nos pisotea, que nos recuerda lo pequeños y reemplazables que somos. La política se ha transformado en un show mediático, donde la distracción es la mejor herramienta para mantener en la oscuridad las crisis que desgarran a nuestro país.
Pero el espectáculo no puede durar para siempre. Mientras aún exista la valentía de gritar, alguien deberá escuchar, porque al final del día México es una tumba biodiversa, un país donde la vida y la muerte coexisten de la forma más brutal. Y a pesar de todo, también es un fuego que arde con la esperanza de toda una sociedad.
Este fuego se alimenta de la indignación y la demanda de justicia que ya no puede soportar el silencio como arma. El pueblo mexicano ha decidido que ya no se someterá a este sistema de distracción. La exigencia por la verdad y la justicia, aunque sea un camino difícil, es la única manera de derribar el telón y exponer la cruda realidad que el poder se empeña en ocultar.
Este 30 de agosto, las calles se llenaron de dolor, pero también de fuerza. Fuerza de una sociedad que se niega a olvidar, a perdonar y a ser silenciada una vez más.




