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El amargo pago de alzar la voz 

El asesinato de Bernardo Bravo Manríquez, presidente de la Asociación de Citricultores del Valle de Apatzingán, deja en claro la situación de violencia que Michoacán está viviendo desde hace años. Muchos hablan de una nueva ola de violencia, pero casos como estos ocurren frecuentemente. 

Al exponer la presión del crimen organizado sobre los productores agrícolas y los riesgos persistentes para los dirigentes del sector, en especial el limonero, Bernardo Bravo fue asesinado por la “maña”. En el entorno citrícola enfrentó no solo amenazas directas, sino también presiones del crimen organizado para que interviniera en el precio del limón.


Irregularidades en el caso se pueden ver; él contaba con seguridad y vehículo blindado, que en algún punto de su trayecto cambió, dejándolo atrás junto a los escoltas que lo acompañaron hasta ese punto, justo antes de ser encontrado sin vida.

La historia de la familia Bravo ha estado marcada por la violencia durante años. El padre de Bernardo, también líder limonero, fue asesinado en 2016 casi de la misma forma. Estos crímenes denotan el riesgo que hay para quienes encabezan protestas y denuncias sobre extorsión en la región. 

Todo nos está llevando al mismo punto, vivir y tener que negociar con el crimen organizado, porque de lo contrario, levantar la voz en contra del impuesto “invisible” que cada caja y cada limón está teniendo por parte de estas organizaciones criminales, te costaría la vida. Él hizo lo que muchos consideraron un acto suicida, desafiar públicamente a los carteles; lamentablemente tuvieron razón, y Bernardo Bravo Manríquez fue silenciado. 

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